dissabte, 30 de gener del 2010

LO QUE SÉ DE LA JUSTICIA

(Grito de lobos es un blog colectivo cuya misión es recoger y dar forma a nuestros gritos. El que sigue es un nuevo grito mío en los lobos. Salió el viernes 29 de enero. Pueden verse los comentarios en la entrada original.)

Cuando en los años 80 Pedro Pacheco, alcalde de Jerez, dijo que "La justicia es un cachondeo" levantó una polvareda inusual. Se descubrió entonces que en democracia hay cosas que no se pueden decir. Y se descubrió también entonces que la opinión negativa sobre la justicia, aunque no se pudiese pronunciar en voz alta, era más extendida de lo que se pensaba.

Pero fíjate que yo sigo pensando hoy que la justicia continua siendo un cachondeo monumental. Habría infinitos ejemplos que ilustrarían esta máxima tan mínima. Pero no me pondré a hablar de escándalos políticos que quedan impunes porque el tema ya cansa. Hablaré de otra cosa que admite todavía menos discusión. Porque en política siempre te pueden acusar de parcial, y lo que para unos es claro como la luz del mediodía para otros no tanto. Así pues, dejemos hoy la política y centrémonos en otro tema.

Hace una semanas, durante mi incursión al barrio donde viven mis padres, en lo que yo llamo la visita semanal, entré en la selecta pastelería de la zona justo cuando salía un señor agarrado del brazo de su señora esposa. Era un señor mayor, elegante, con una enorme prestancia. Le miré sorprendido... Él, que se dio cuenta, me miró claramente por encima del hombro. Aquella cara... Busqué en mi mente pero no supe de quién se trataba (siempre he sido muy torpe con la memoria visual). La dependienta se debió de dar cuenta porque me sonrió y me dijo confidencialmente:

- Es el señor Millet. Viene cada tarde a tomar su chocolate con su esposa. - Y añadió convencida - Es un señor encantador.
Miré hacia afuera y lo vi cruzar por el paso cebra, agarrado al abrigo de pieles de su señora, con la otra mano en el bolsillo de su carísimo abrigo y con un pañuelo de seda de cachemir anudado en el cuello. Se cruzaron con una señora que les miró, les sonrió encantada y les dijo algo (no un insulto barriobajero, que es lo que sin duda merecerían). Vistos desde atrás parecían un par de abuelitos millonarios y sin embargo encantadores.

Para quien no lo sepa el señor Féliz Millet es el ladrón confeso de una cantidad nada despreciable: 3,3 millones de euros. No contento con ese dinero robado ha confesado también que pagó con fondos de la Fundación cultural que presidía varios viajes alrededor del mundo y reformas en su segunda residencia. No tuvo empacho en organizar la boda de su hija en una instalación pública que cerró a cal y canto para uso y disfrute privado (boda que por cierto pagaron sus consuegros). Su mano derecha, otro pájaro que volaba alto ("el senyor Montull, dels Montull de tota la vida"), también se aprovechó, y la hija del pájaro ("que n'és de maca la Gemma Montull"), y el novio de la hija del pájaro que, viendo que los vientos soplaban a favor, decidió hacer una reforma a fondo en su casa a cargo de la partida de cultura. Y cuando el órgano musical del Palau de la Música, dependiente de la Fundación presidida por el señor Millet ("dels Millet de tota la vida") se estropeó incentivó una colecta para su reparación. Muchos ciudadanos anónimos que aman la música y las instalaciones artísticas de la ciudad donaron su dinero. Él, Millet, lo que donó es un ejemplo horrible. Cuando me vengan a pedir una ayudita para cualquier instalación del barrio, de la ciudad o del país les daré con la puerta en las narices: están consiguiendo entre todos que no me crea nada.
Veamos. ¿No ha estado nunca encarcelado el señor Millet? Nunca no. Lo estuvo. En 1984 porque ya entonces se dedicaba a lo que más le gusta. Sería fantástico poder viajar en el tiempo, irnos hacia 1984 y esperarlo a la salida de la cárcel Modelo. ¿Quién iría a buscarlo a la cárcel el día de su salida? ¿Algún familiar? ¿Acaso algún político? Es previsible que no cogió el metro ni el autobús. Porque Millet es miembro de una barcelonesa familia de rancio abolengo ("de tota la vida"). Su padre, honorable promotor cultural (qué miedo) presidió también el Orfeó Català, creado a su vez por el tío del padre. Nuestro protagonista no es, como se ve, un don nadie. Los don nadie no llegan nunca a presidir fundaciones culturales.
No sabemos quién fue a recogerlo a la cárcel en aquel lejano 84. Sí sabemos que haber robado no supuso problema alguno para que volvieran a confiar en él. ¿Le debían acaso algún favor? ¿Había dejado dinero generosamente a algún partido político en aquellos primeros tiempos de nuestra democracia? Los Millet siempre han sido democristianos, cercanos a la órbita de Unió (de CIU), pero ya sabemos luego que la ideología no ha condicionado nunca la vida de Millet. Más tarde se supo que dio dinero para paliar deudas de partidos no afines a su ideología. Alguien, o mejor, todos, volvieron a confiar en Millet y así este pudo seguir robando.
Quien lea esto pensará que me estoy quejando de la existencia de seres perversos como del que hablo. Pues no. Mi queja es evidente: el robo de partidas de dinero público, sea de educación, sea de sanidad, sea de cultura es una lacra que nos afecta a todos. Pero mi queja fundamental en este caso es contra la justicia. ¿Cómo es posible que uno pueda robar más de quinientos millones de pesetas y que no le ocurra absolutamente nada? ¿Cómo es posible que uno pueda robar quinientos millones y no ser llevado ante la justicia hasta casi seis meses después? ¿Cómo es posible volver luego a casa como si tal cosa? ¿Cómo es posible convertirse en el mayor chorizo catalán del momento y que no ocurra absolutamente nada? ¿Y cómo es posible que la justicia reivindique que todo se está haciendo bien?

No entiendo de derecho. Menos de lo que pensaba incluso. Pero mi indignación es radical, visceral, se transforma en odio, en rabia, en grito de lobos descomunal. ¿Qué intereses ocultos hay en este asunto? ¿Qué políticos o jueces están contribuyendo a tapar lo que ya no se puede tapar? ¿Por qué la gente no se tira a la calle armados con piedras y adoquines dispuestos a romper los cristales de todos los juzgados e instituciones varias que nos están tomando el pelo de forma tan miserable? ¿Por qué el mayor chorizo confeso se toma su chocolate en una pastelería cara, la gente le saluda encantada y él te mira con la superioridad de los inmunes? ¿Está loca esta sociedad? ¿Nos estamos quitando todos la careta y ya da igual? ¿Es cierto que es peor robar un suavizante que hacerte millonario a base de dinero desviado? ¿Es cierto que nos hemos rendido a la evidencia de que el mundo es de los tramposos? ¿Se ha llegado alguien a creer que la justicia realmente funciona en este país? ¿Soy el único cabreado hasta la médula por tanto hijo de puta suelto?

re

dimecres, 27 de gener del 2010

MARIEL MANRIQUE

Cuando María Jesús de Paradela de Coles diseñó La semana de... supe que se estaba gestando un tiempo de homenajes. Un homenaje que cada mes me ocuparía un gozoso tiempo de lectura y redacción. Y cuando propuso dedicar el primer homenaje a Mariel Manrique el sí se hizo más intenso si cabe. Porque Mariel es el Pájaro de China y eso es ser mucho. El pájaro que se come nuestras palabras porque se alimenta de ellas. Y el pájaro que nos entrega palabras para que también nosotros nos alimentemos. Mariel (y el pájaro) son una geografía: la de la calidez y la sensibilidad, la de la ternura y del compromiso, la geografía siempre necesaria de la poesía. Me asomé a su obra, y me sigo asom(br)ando, desde la ventana literal de su casa-blog. Desde el pajarito que decía antes. Poder asomarme ahora desde el formato del papel, del libro editado (La constelación de Andrómeda, Buenos Aires, Crack-Up, 2008), no ha cambiado nada y lo ha cambiado todo. Me explico. Su poesía es la que es, no importa el formato que la recoja. Para vislumbrar su discurrir intenso es suficiente con asomarse al Pájaro, buscar algún poema, leerlo, releerlo, discurrir la mirada por sus versos, dejarse llevar por el ritmo interno y salir contento de esa experiencia. Porque por dura que haya resultado la propuesta uno siempre sale contento de ese territorio poético. La vida en Mariel gana siempre. La suya es una poesía de las personas, de la gente (incluso la gente que se desplaza a cuatro patas y mueve el rabo satisfecha o la que nos mira desde su cuello quilométrico), pero también una poesía de las cosas, incluso de las cosas inmateriales. Pero a la vez leer a Mariel desde un libro ha aportado una nueva dimensión: la del poemario, la del poema que dialoga con otros poemas, la del sentido completo (o más completo), la de la forma intencionada. Ya desde la Patti Smith que se asoma en la portada (media Patti Smith para ser precisos) intuí que las mujeres que hay en Mariel (Patti incluida) iban a hablarnos a través de ella. Mariel y sus máscaras. Mariel y sus travestismos. Mariel y sus heterónimos. Mariel y sus correlatos objetivos.

El poemario se abre como una oración completa a la Patti de la portada (será como para rezarle... después de tanto vivido y malvivido Patti no se muere nunca y ahí sigue). Mariel se dirige a ella para pedirle fuerza y coherencia. Canta una canción entre dientes: una canción que habla de no sé qué pájaro chino. Se vislumbran restos del dolor, de la enfermedad, del miedo. Y es a partir de ese inicio en que irán apareciendo otras mujeres que aportan, cada una, una voz diferente. La niña Luz cargada de poderes maravillosos, Milenka con un padre tan valiente (qué maravilloso ese poema), Martina que disfruta con los cuentos góticos de Hoffmann, la Jacqueline desaparecida, Dora Maar la iluminadora del Guernika, Laura que ayuda en los malos momentos (Naxos, patria de la dureza y del abandono), la Isa de la navaja escondida que uno no sabe si es real o fantasma. Y Rose Sélavy, encantadora y provocadora, el alter-ego de Duchamp cuya foto también he querido traer y que le sirve a Mariel para hablar de sus propios travestismos, de los nuestros. El poema es entonces un espejo que, en realidad, nos refleja un poco a todos.

"Mi Rose adopta un gesto que no le pertenece,
para ser perdonada sin esfuerzo;
selecciona palabras que no son de su boca,
para ser aplaudida por el auditorio.
Oculta sus taras y miserias, para ser aceptada fácilmente;
simula inexistentes fortalezas, para no ser atacada;
inventa una debilidad extrema, para ser defendida
o colocar un tercero a su servicio."

Todas éstas son algunas de las mujeres de Mariel. Pero hay más. Mariel vestida de Mariel, el yo sin disimulos, por ejemplo. O las mujeres de la cara B. Las vergonzantes, las disimuladas. Mientras que a veces la máscara viste, barroquiza, exagera y miente, otras veces la máscara desnuda; a veces nos la ponemos para quedarnos en pelotas. Eso ocurre en el mundo impreciso de la poesía; de forma significativa en plena cara B, con una Caperucita que "se come al lobo a lentos mordiscones", una Bella Durmiente dopada hasta las cejas, una Blancanieves hasta los mismísimos de los insoportables enanos, una Gretel mentirosa, una Cenicienta que encontró su zapato de segunda, se cortó al ponérselo y ahora no hay quién frene la hemorragia. Porque a veces los cuentos, en la vida, equivocan su final, y entonces es necesaria mucha disponibilidad para reescribirlos. Esa es la lucha, nos dice Mariel; construirnos un mundo habitable y corregir errores (¿del destino?, ¿de nosotros mismos?). Pero Mariel no se apuntala sólo en mujeres. También en hombres, en animales, en geografías muy diversas (mañana Isabel nos hablará de Islandia, creo), en diferentes edades del hombre y épocas también diversas. De todo ello se podría hablar porque muchas son las significaciones que se despiertan tras la lectura del poemario. Muchas y de diferente signo. No hay tiempo. Así que mejor volver al principio. A la plegaria a Patti Smith donde leíamos: "Bajo el vuelo de un pájaro de China/ te encomiendo todos mis talismanes". Y ahí sí, ahí descubrimos nosotros que Santa Patti escuchó la plegaria y le hizo caso. El pájaro de China llegó en su vuelo presto y ahí sigue, conformando en sí mismo otra obra abierta, completa, que algún día probablemente será también recogida. Desde el Pájaro sigue Mariel pulsando el aire, como la prima de Alberti que tocaba el arpa. Y digo yo que si Santa Patti escuchó la plegaria y trajó el pájaro ello quiere decir que el resto de peticiones se cumplirá también. Pero eso ya entra en un plano mucho más personal. Santa Patti no va a fallarle, ni la poesía de Mariel va a fallarnos a nosotros. Por eso la seguimos leyendo siempre.

re

dissabte, 23 de gener del 2010

LLACH

En este mundo globalizado la música que llega y que circula suele ser siempre la misma. Las propuestas arriegadas y auténticas no circulan, o circulan poco. Y uno debe buscarlas lupa en mano, a veces con la complicidad de los blogs amigos.

Un cantautor que canta en catalán dentro de España es una propuesta tan exótica como un cantautor de Bali, o incluso más. Seamos sinceros: un cantautor, da igual la lengua, es siempre una cosa rara. Malos tiempos para según qué lírica. Pero incluso en ambientes podríamos decir propicios la música que en España se hace en otras lenguas peninsulares es automáticamente descartada. No es éste un intento de culpar a nadie: yo mismo, desde Barcelona, desconozco todo sobre la música que se hace en Galicia o Euskadi. Es muy difícil sustraerse a esa tendencia. Lo preocupante es la tendencia en sí misma. (No sé si preocupante es la palabra, tantas cosas hay más preocupantes. Quizá debí decir sintomática).
Lluis Llach es uno de esos cantautores catalanes que creo que como mínimo merecería la pena que se conociera fuera de aquí. Enormemente comprometido, su postura no le ha ayudado más allá del Ebro. Seguramente no le ha importado en exceso puesto que nunca se ha planteado cantar en castellano. Aunque está ya retirado, aquí se le respeta mucho y además es una figura en cierta medida popular. Su música me ha acompañado siempre: canciones emblemáticas para toda una generación que sin embargo no puedo poner aquí ("Viatge a Itaca", basada en el poema de Kavafis o "Campanades a mort", por ejemplo, un homenaje alucinante a los represaliados por el dictador en 1975... por los mismos días más o menos que Aute se quejaba por sucesos análogos en la preciosa canción "Al alba"). Su música me ha acompañado siempre como a tantos otros de mi generación. Mi amigos Rosa y Josep, por ejemplo, Susana de El cajón de los pretextos, otra llachista convencida, o Miguel Angel. Tantos otros. Recojo aquí dos canciones emblemáticas de Llach que a mí me gustan mucho y son de las más conocidas.

"Que tinguem sort" ("Ojalá tengamos suerte") es una canción de duda amorosa. La voz poética comienza planteando dos posibilidades: la ruptura o superar las dificultades. Pero su apuesta es, a pesar de las dificultades, claramente optimista:

"Si véns amb mi,
no demanis un camí planer,
ni estels d'argent,
ni un demà ple de promeses, sols
un poc de sort,
i que la vida ens doni un camí ben llarg."




"Amor particular" es otra canción de amor. El poeta se detiene y agradece a la persona amada "todo el tiempo que llevo queriéndote"; esas pequeñas cosas que generalmente no se dicen.

"T'estimo, sí,
potser amb timidesa, potser sense saber-ne.
T'estimo, i et sóc gelós
i el poc que valc m'ho nego, si em negues la tendresa;
t'estimo, i em sé feliç
quan veig la teva força, que empeny i que es revolta"


re

dimecres, 20 de gener del 2010

VIC

No puedo hablar de estadísticas porque no las consulto y no las sé. Ignoro, por tanto, cuántos inmigrantes tiene Vic. Sí que pienso, porque lo conozco, que está claramente por encima de la media. Y justamente ha sido en Vic el único lugar de toda Catalunya donde ha triunfado un partido claramente racista. Se confirma una vez más que no somos racistas hasta que se nos presenta la oportunidad.

Siempre he pensado que el fascismo, con todo lo que implica y con todas sus variantes, no es algo externo. Para mí es algo que nos atañe absoluta y completamente a cada uno de nosotros. Es demasiado fácil señalar al otro como fascista. Lo hacemos todos. Yo el primero. Y me pregunto si somos totalmente honestos al hacerlo. El fascismo sería un virus maligno que portamos todos. Conviene estar atentos siempre, procurarnos unos excelentes anticuerpos para no permitir que arraigue. Y esos anticuerpos son la crítica severa. Severa porque debe comenzar por nosotros mismos.
No sé, por tanto, si lo que voy a decir es una muestra de que comienzo a estar corroído por ese virus. Bienvenida la duda pues me evita ser dogmático. En mi defensa puedo comenzar advirtiendo que trato siempre de mantener a raya ese virus, de ser crítico, de hacer que la parte más noble de mí mismo (la tengo, como todos) sea la que ordene el pretendido rigor intelectual. Ya se sabe que al intelecto por sí sólo siempre le falta algo: o humanidad, o gracia, o amenidad, o bondad, u honestidad, o todas estas cosas a la vez, y algunas otras.

Seguramente muchos de los triunfos de la derecha que observamos por el mundo son debidos a la falta de unión de las izquierdas. A una voluntad crítica férrea encomiable que se nos acaba tornando en contra. De acuerdo. Pero me pregunto si sólo a eso. Me pregunto si no será también que algunas veces la izquierda no es por desgracia desorganizada, caótica y perezosa. Si la izquierda en algunas ocasiones no falla en la gestión. Si la izquierda, es decir, la gente de izquierdas, no peca en ocasiones de muy demagógica (fíjese que no he dicho más demagógica).
Cuando fui joven (quiero decir, como dijo el poeta, más joven) también grité que quería papeles para todos. De corazón. Pero, honestamente, ¿es ello posible? Aunque quede mal decirlo, y fatal reconocerlo. ¿Podemos asumir a todos los inmigrantes que deseen venir? Algunos dirán que sí; de entre estos es incluso posible que algunos lo crean de veras. Yo no. Lo cual debería ser como mínimo una opinión respetable (voy con miedo, la verdad: he visto demasiado tiro a degüello de gente aparentemente muy comprometida y muy de izquierdas). Es necesaria, no me cabe duda, una ley que ordene la inmigración. Porque si no se ordena acaba ocurriendo lo que ya sabemos: aparecen partidos racistas, se presentan a las elecciones los partidos racistas, ganan las elecciones los partidos racistas. No nos gusta que sea así; da igual si nos gusta o no. Sencillamente sucede. Son necesarias, por tanto, unas normas para racionalizar la inmigración (y tantas otras cosas), para evitar que la gente se sienta agredida, para evitar que acabemos dando pasos hacia atrás.

Veamos; ¿qué lleva a una ciudad con una altísima cantidad de inmigrantes a intentar evitar el empadronamiento de los no legales? ¿Será que los de Vic son más racistas que yo? ¿O que tú? Podemos llevarnos las manos a la cabeza y decir qué horror, Dios mío, qué fachas.
Lo increíble no es que Vic quiera prohibir que los inmigrantes ilegales se empadronen; lo increíble es que, en cualquier lugar de España, los inmigrantes ilegales puedan empadronarse (no hablo de Sanidad, que nadie me haga decir lo que no digo, que también me he indignado con opiniones relativas al tema). Así lo veo. Nunca se vio contradicción tan escandalosa. ¿Prohibimos que estén, les negamos la carta de legalidad, pero les dejamos que se queden? ¿Qué pretendemos? ¿Qué se conviertan en mano de obra barata? Sí: probablemente eso es lo que se pretende. Que algunos seres humanos acaben trabajando doce o catorce horas descargando camiones por el mísero precio de cinco euros.

Todo ilegal está siendo empujado a la explotación. ¿Los legalizamos a todos, entonces? El gobierno ZP lo hizo en su primer año. Le aplaudí el gesto. Pero fui de los pocos. Mucha gente de izquierdas se apuntó al argumento del efecto llamada. Que yo aplaudiese el gesto y pensase que los que vivían aquí debían ser legales no significaba, ni entonces ni ahora, que pensase que podemos acogerlos a todos.
Por todo ello aplaudo a Vic. Ponen una paradoja encima de la mesa. Debo de ser de los pocos pero les aplaudo. Naturalmente que nadie entienda nada de lo que no digo porque sencillamente ni lo pienso ni lo siento. La realidad que Vic pone encima de la mesa no nos gustará pero no por negarla dejará de existir. Estoy a favor de la regulación escrupulosa de la inmigración. Alguno habrá que me acusará de fomentar el racismo: yo me planteo si el racismo no se fomenta con el desorden y el exceso. Si tenemos gente que sigue trabajando a precios reventados la esclavitud sigue existiendo. Yo he estado en dormitorios sociales llenos de inmigrantes que eran vilmente explotados. Y de paso esta explotación empuja a que otros trabajadores se vean obligados a reventar precios, a trabajar más horas, a malvivir porque la gente prefiere lo económico sin planteamientos éticos. Y esa es la semilla del racismo y del fanatismo.
La mejor manera de solucionar las oleadas de inmigración es el apoyo decidido a los países en vías de desarrollo (y ojalá otras formas de redistribución de la riqueza sean posibles; no pierdo la esperanza de que algo cambie en la base). No estoy a favor del 0,7%, me parece una cantidad ridicula. ¿Mejor un 5? ¿Un 6? ¿Un 7 incluso? Porque sé que aunque no podamos recibirlos a todos, si ellos están aquí o ellos quieren venir es porque primero nosotros estuvimos ahí. Y sé también que con las buenas intenciones solamente no se solucionan los problemas.

Y escribo esto enormemente molesto puesto que siento que debo justificar constantemente mi posición ideológica. Como si pensar lo que acabo de decir fuese el no va más del racismo, como si sólo fuese posible ser de izquierdas desde bloques absolutamente inamovibles. Como si salirse de la norma que establece no sé qué intelectualidad internacional significase ser expulsado del club. Como si además pudiesen insultarte por ello. Y porque pido una izquierda dialogante que se aparte tanto del dogmatismo de unos como de la memez de otros mentirosos (lo que se llamó tercera vía).

re

dissabte, 16 de gener del 2010

OBISPOS

En mi entrada anterior explicaba cómo cuando era niño la ficción me ayudó a abstraerme de un entorno hostil y clerical. Ya no soy un niño y no sé si los tebeos podrían ayudarme como entonces pero estoy dispuesto a probarlo. Porque el entorno sigue siendo hostil por los mismos motivos.

Seguramente no me agreden de la misma forma, básicamente porque la edad, junto con muchos inconvenientes, también te da armas. Además ya dije que aprendí a respirar tranquilamente y a no apartar la mirada con miedo. A denunciar y a protegerme. Pero en ocasiones consiguen todavía escandalizarme. Por curado de espantos que se esté siempre hay una apostilla que te pone los pelos como escarpias. Porque puede que sea cierto que hay frases que los periodistas sacan de contexto, pero también es cierto que hay frases que uno quisiera no haber escuchado nunca.
El Obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, manifestó hace un par de años refiriéndose a los casos de pedofilia en la Iglesia que "hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso si te descuidas te provocan." Los que nos quejábamos del silencio vergonzante de la Iglesia frente a tantos casos de pedofilia comprendimos entonces que, frente a según qué declaraciones, mejor callados.

El Obispo de Granada, Javier Martínez, denunció hace unos meses (a raíz de las polémicas declaraciones del Papa) que el preservativo había sido el culpable de la expansión del SIDA en África. No contento con ello ha vuelto recientemente a la carga afirmando que "matar a un niño indefenso, y que lo haga su propia madre, da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer, porque la tragedia se la traga ella". Nadie le cuestiona que no quiera el aborto: es un derecho. Se le cuestiona el fascismo. Llanamente.

El Obispo de San Sebastián, el polémico y peperizado José Ignacio Munilla, promocionado por Rouco (que también suele estar sembrado cuando habla), impuesto desde posiciones tan centralistas en la diócesis de Donostia, ha comenzado inmejorablemente su pastoral. A raíz de la horrible tragedia de Haití ha afirmado que la situación española es infinitamente peor que la de esas 50.000 personas que han muerto o están muriendo enterrados bajo los escombros.
Alguien se podrá preguntar qué tienen que ver las imágenes de esta entrada con el tema. Por primera vez desde que tengo el blog digo que nada. La ilustro con imágenes aleatorias y sosegantes, para compensar. No me apetece poner ninguna foto de los tres pájaros de los que he hablado. Primero porque no me apetece. Pero también porque mejor no verlos demasiado, mejor no reconocerlos por si un día (cosa harto improbable) uno se los encuentra en el metro o la parada del bus.

Y pienso finalmente en mi amiga Isabel, que se pregona como una desalmada desde su cobijo aconsejable y necesario. Es una desalmada literaria. Una desalmada sensitiva y sensible. Una desalmada de la literatura, de las palabras y de la expresión artística. Los obispos no. Los obispos son desalmados, pero etimológica y rabiosamente. Con ellos no vale la metáfora. Con ellos la realidad se impone para mostrarnos una de sus caras menos amistosas.

re

dimecres, 13 de gener del 2010

LOS CURAS Y LA FICCIÓN

Tras las monjas me enviaron a los curas. Y tenía sólo cinco años. Ya hablé de la no existencia de escuelas públicas: el estado seguía prefiriendo que se pagasen mensualidades prohibitivas a los colegios religiosos. De esta manera se ayudaba a una Iglesia que continuaba estando del lado del Caudillo. Y la Iglesia nos daba lecciones a los que teníamos cinco años. Mientras que mi recuerdo de las monjas no es malo, seguramente porque era muy pequeño y no seguí con ellas la escolarización propiamente obligatoria, de los curas que llegaron luego sólo puedo decir pestes. Clasismo, machismo y patrioterismo fueron tres de los elementos que más nos inclulcaron. Sobre todo clasismo. Seguramente fue el que más noté porque no formaba yo parte de la élite y ellos te lo hacían notar. Mi rencor hacia ellos me acompañó durante mucho tiempo, así como mi rencor en general hacia la iglesia. Ahora ya me he curado de esos excesos: he sustituido el odio por la indiferencia olímpica. Mi recuerdo sigue siendo negativo pero he aprendido a respirar tranquilamente. Aunque me dan rabia sus trampas, sobre todo aplicadas a niños que no podían entonces darse cuenta de los motivos. De la caterva de curas, curazos, curillas y curetes que me envolvía sólo hay una figura que persiste simpática en mi memoria. Un cura sencillo y campechano, noble. El padre Valls. Su mayor lección indirecta: que en cualquier sitio es posible encontrar algo de bondad y generosidad.

Visto desde mi perspectiva actual de mi larga época con los curas saqué algo positivo. En las horas de comedor, mientras esperábamos turno, nos metían en una aula y ahí pasábamos las horas con infinidad de tebeos que me maravilla lo poco que se estropeaban (cuidadosos que éramos). En ese tiempo de espera me encontré por primera vez con la ficción. Me topé con ella. Sí, recuerdo esos poemas de clase, como el de "Doña Pitu-piturra tiene unos guantes, Doña Pitu-piturra muy elegantes. Doña Pitu-piturra tiene un sombrero, doña Pitu-piturra con un plumero. Doña Pitu-piturra tiene un zapato, doña Pitu-piturra que le va ancho" de Gloria Fuertes. Pero el primer encuentro con la ficción, que yo recuerdo apasionado, es de la época de los tebeos. Y aquellos personajes se convirtieron en amigos frente a la hostilidad general de los curas, los profesores y las señoritas coordinadoras, una especie de monjas laicas que nos tenían del todo aterrorizados (yo creo que eran numerarias del Opus Dei, o lo parecían por lo menos).

De entre todos los héroes que conocía entonces recuerdo con especial afecto a Zipi y Zape, los niños traviesos, que no gamberros, que vivían en un entorno que a mí me resultaba extraño. Fui niño del tardofranquismo: el mundo del guardia urbano agasajado por navidad o del sereno por fuerza tenía que resultarme extraño. Pero en otros aspectos me eran familiares las historietas: el colegio, la quiniela de los domingos, la bicicleta y el calor familiar, con una Doña Jaimita, ejemplo de la ama de casa tradicional que sin embargo tampoco podía identificar con mi propia madre. El padre, Don Pantuflo Zapatilla, elegante, severo y riguroso (en traje o en batín), era también un padre de otra época. Efectivamente, retrataba unos momentos anteriores a los que yo estaba viviendo. Aún y siendo niño lo podía apreciar perfectamente.

Más de otra época era Carpanta, el eterno hambriento, que reproducía los chistes de Charlot cuando se convirtió en buscador de oro. Carpanta simbolizaba el hambre de la posguerra inmediata. Yo no la viví; afortunadamente no supe lo que era el hambre. Así pues los viejos tebeos que los curas conservaban debían ser leídos en clave atemporal. Y duraban un huevo.

Las familias eran las verdaderas protagonistas de la ficción de mi infancia. La familia Ulises, en primer lugar, que yo sí identificaba bastante con la mía propia. Yo no tenía hermanas ni tenía perro, pero sí tenía dos abuelitas enormemente parecidas, por vestuario y costumbres, a la abuelita de los Ulises. Al leer con siete años las historias de los Ulises en el fondo estaba sintiendo lo mismo que sentían los burgueses del XIX al verse retratados en las novelas que consumían. Otra familia que se asomó a mi mundo de infancia fue la familia Cebolleta de la que recuerdo mucho menos. Me siguen pareciendo graciosos esos nombres de los personajes de los tebeos: sal gorda y una cierta dosis de ingenuidad. Como la familia Churumbel, que eran unos gitanos que se metían en muchos líos, de los que sin embargo no he encontrado ilustración alguna.

Hablaba antes de Carpanta, el eterno hambriento. Su contrario era el feliz Gordito Relleno, con una nariz enrojecida hasta la exageración y una panza descomunal. Recuerdo que comía pasteles con fruición. Y sobre todo recuerdo a las Hermanas Gilda, graciosísimas, sobre todo la gordita. Reproducían el esquema eterno que resulta válido por lo menos desde El Quijote, desde antes incluso, esquema que permite múltiples variaciones pero siempre se basa en la oposición de dos caracteres opuestos y enfrentados. La gordita, con su gracioso moño, era la soñadora, la loca, la deslenguada, mi preferida, claro. La otra, alta, severa, seca por dentro y por fuera, representaba el rigor, el orden. Tenía mala leche y siempre andaba cortándole el rollo a la otra que sin embargo, pasaba de ella. Se llamaban Hermenegilda y Leovigilda y discutían constantemente.

Tengo más personajes, pero no tengo más tiempo. Así que, como diría mi amigo Mariano José, vuelvo mañana.

re

diumenge, 10 de gener del 2010

MEMÒRIA DE LA FESTA DE GRÀCIA


Gracia, en Barcelona, es ahora un barrio pero fue un pueblo. Barcelona en realidad son muchas. Yo mismo vivo en Sant Martí de Provençals, zona montaña. Y con mis padres vivía en el antiguo pueblo de Sant Gervasi. Pero a finales del XIX esa multitud de pueblos fueron anexionados. Lo que queda de ese pasado es el duplicado, y hasta creo que triplicado, del nombre de algunas calles. Queda también el particular trazado urbano. Y también una vida vecinal de barrio que conserva fiestas y tradiciones muy propias.

Gracia, como digo, es un antiguo pueblo que hasta tiene su bandera y que algunos reivindicativos quieren que se independice de Barcelona (no sé por qué están tan mal vistos los independentismos. A mi me caen bien, como me cae bien quien crea que para subrayar su propia personalidad debe aislarse un poco o un mucho. Hasta los barrios de mi ciudad que quieren independizarse me parecen muy sensatos).

La fiesta de Gracia se celebra a mediados del mes de agosto. Tienen ese punto reivindicativo y de izquierdas necesario. Algunos dirán que es una reivindicación de escaparate. Pero yo no les hago caso: está visto que en el mundo hay gente que tiene que encontrarle pegas a todo. La particularidad de esta fiesta es que se engalan las calles. Antes de que algún listo inventara la palabra "temático" ("decoración temática" por ejemplo) los de Gracia sabían de sobra qué significaba. Significaba, por ejemplo, convertir una calle en el fondo del mar, en una discoteca de los setenta o en un castillo medieval.

Algunos veranos voy a recorrer las calles premiadas (porque sí, en eso son poco originales, dan premios y accesits). Pero un año fui accidentalmente antes de hora. Es decir, la noche en que los vecinos salen con sus bocadillos, su papel de embalar, sus quilómetros de cuerda, sus escaleras de mano, su sangría barata, sus plásticos y telas por reciclar, y se ponen manos a la obra. Lo preferí, claro. Y ahora vuelvo siempre la víspera. Es como ver la obra desde detrás del telón. Observar cómo se va montando. Estas fotos y este vídeo son de hace casi cinco meses. Porque ahora que el frío es intenso resulta divertido recuperar la memoria del verano, de las vacaciones y de las noches al aire libre.

re

divendres, 8 de gener del 2010

EL DELITO LO COMETIERON OTROS

(Grito de lobos es un blog colectivo cuya misión es recoger y dar forma a nuestros gritos. El que sigue es el primer grito mío en los lobos. Salió el 7 de enero. Para ver los comentarios deberá irse al blog original.)

Les detuvieron por cometer un delito: colarse en la cena de gala con una pancarta. Los delincuentes eran cuatro: un español, un holandés, una alemana y un suizo. Los cuatro con responsabilidades en Greenpeace. Indudablemente merecían el castigo: más de 20 días encarcelados. Lo merecían porque vinieron a turbar la cena merecida de unos líderes internacionales que, preocupadísimos por el cambio climático, decidieron que era el momento de pasar a la acción y comenzar a solucionar el problema.

Juan López de Uralde y los otros eran unos exaltados. ¿A quién puede ocurrírsele joderles la opípara cena a unos hombres y mujeres que, al día siguiente, iban a tomar una serie de decisiones fundamentales para detener el presunto deterioro del clima? No les dejaron cenar tranquilos, lo cual merece mi más absoluta repulsa. Una cena es una cena. Y más tras una larga y productiva jornada laboral. Productivísima, como se vio al día siguiente.
Y ahora, una vez liberados, se atreven a quejarse de que les trataron como a perros. ¿Cómo esperaban que les tratasen? Hora es de que todo el mundo sepa que la cena es un momento sagrado. Pero no sólo eso: añaden los sinvergüenzas que un castigo excesivo por una falta leve, como puede ser el pacífico aunque contundente uso de la libertad de expresión, nos acabará llevando a una forma de totalitarismo en que estará prohibido incluso opinar. Demagogia...

Pero lo peor, lo peor de todo, no es que les encarcelaran por llevar una pancarta. Eso me parece justo, ya lo dije. Justo y necesario. Lo peor no es que esos locos se empeñen en hablar de cambio climático, que ni yo ni los bienpensantes nos lo acabamos de creer del todo (no al menos que sea debido a la acción del hombre, cualquiera diría). Lo peor es que Uralde y los otros (esos hippies) se atrevan a decir que los delincuentes no eran ellos sino los jefes de Estado y de Gobierno que montaron una carísima mascarada que no supo poner freno, porque no les interesó, al cambio climático. Que los delincuentes eran los otros, los que estaban cenando. Habráse visto mayor desfachatez. Yo les hubiera dejado en la cárcel hasta las Navidades del año que viene. Para que aprendan...

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dijous, 7 de gener del 2010

OJOS DE GATO

Parecen los faros de un coche acercándose enmedio de la noche. (En Barcelona nunca atiendo a los coches, en cambio cuando estoy en el pueblo, en la lejanía, en la soledad casi, todo coche que se acerca, y más por la noche, es siempre promesa de visitas y de amistad). Pero las dos luces no son un coche que llega: son los ojos de un gato que nos observa. En la frialdad de la noche más feroz.
Un tío-abuelo me contaba, cuando yo era niño, que de joven había trabajado como mozo en cierta casa de cierto pueblo. (En aquellos tiempos y en aquellos pueblos los chicos eran siempre Lazarillos que salían a buscarse el sustento, lo comido por lo servido en la mayoría de ocasiones). En ese pueblo, según mi tío-abuelo, vivía una bruja que por las noches se transformaba en gato. "¿Y cómo sabía la gente que el gato era la bruja?", preguntaba yo extrañado. "Porque una noche salimos a darle una paliza al gato. Le rompimos una pierna al animal. Y a la mañana siguiente era ella, la bruja, la que apareció con la pierna partida".
Silencio, el gato nos observa.

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dimarts, 5 de gener del 2010

A FAVOR (IV): ELS REIS (D'ORIENT)

Entre paréntesis mi precisión: me gustan los de Oriente, la mayoría sabéis que los otros, lo que no son magos, me parecen unos chupatintas. Pero, ¿cómo no amar a los tres reyes magos? ¿Cómo es posible que alguien prefiera al soso Papá Noel? Ellos, los tres, me enseñaron mucho. Y hoy aquí quiero contaros todo lo que me enseñaron los Reyes.

Cuando era niño me pasaba las vacaciones de Navidad esperando ansiosamente su llegada sin tener en cuenta que los Reyes significaban justo el final de las vacaciones. De esta cruel manera aprendí a los diez años lo que era una paradoja.

Tendría tres años cuando mis padres me llevaron a la primera cabalgata. Alguien me aupó a hombros pero no vi nada: carrozas, camiones, un rey diminuto en un trono lejano que saludaba y poco más. Fijé mis ojos de niño de tres años en un inmenso camión (o quizá era carroza) que seguía a las carrozas reales. Alguien, seguramente mi madre, vio que miraba atentamente el camión. "Ahí dentro van los regalos que van a repartir esta noche". Supongo que afirmé con la cabeza: lo tenía clarísimo, ahí dentro iban mis regalos. Siento ahora decirlo y ser tan sincero pero descubrí entonces que me interesaban más los regalos que los Reyes. Supongo que este es otro aprendizaje: el del inevitable y fatal egoísmo humano del cual debemos protegernos.
En aquellos lejanos años de infancia íbamos a entregar la carta a los Reyes que ponían su stand en los almacenes Sears, cercanos a mi casa. Allí, previo e ignorado pago para una almas cándidas, nos hacían la consabida foto. Bajábamos también a los almacenes Sepu, en las Ramblas, donde el cartero real saludaba a los niños entusiasmados desde el balcón real que todavía puede verse (aunque ahora el Sepu es un restaurante). Recuerdo mi emoción extrema y los saludos del paje que era siempre negro (y por eso, como no sabíamos el significado de la palabra racismo, nos caía mejor a todos). Este sería otro aprendizaje: que la diferencia es, en realidad, divertida y motivante.

Recuerdo intensamente las noches de reyes, el cava y el turrón para que tomaran algo cuando llegasen, el pan seco para los pobres camellos, la zapatilla al lado de la ventana, la dificultad para conciliar el sueño y el nerviosismo extremo. Y los regalos al día siguiente, amontonados esperando a ser abiertos. Como una postal los regalos envueltos como en una película de Walt Disney. ¿Tendría todo esto algo que ver con la educación sentimental? ¿Con la edificación del paraíso perdido de la infancia?

Cuando crecí y supe el final de la película la cosa perdió mucho encanto. En una ocasión deseé unos cochecitos que estallaban al vuelo (ahora decimos, pero en nuestra época había también unos juguetes bien cafres) pero decidí que esperar al día 6 era una ridiculez tremendamente infantil. Conseguí, con artes y dificultades, que mis padres me dieran el regalo tres días antes. Comencé a jugar y destrocé el primer coche a los diez minutos. Me había cargado el juguete antes de tiempo. Llegarían los reyes y no tendría absolutamente nada. Tendría un juguete viejo y roto. Aprendí entonces que en la vida es siempre maravilloso saber esperar el momento justo de la magia, y saber reconocerlo.
Y cuando ya fui adolescente comencé a odiar las navidades porque quedaba bien. Las navidades eran cursis, ridículas y burguesas; por tanto no interesaban. Pero cierto año, caminando por el centro de mi ciudad (recuerdo que iba a ver a mis amigos Rosa y Josep que vivían en la calle Tallers) me encontré con la molesta cabalgata de Reyes. Recordé mi primera cabalgata, la sorpresa de los tres años, la maravilla de la mirada, del misterio y del conocimiento mítico, y recuerdo que me dije que era una lástima que se terminaran ya las navidades, que de tanto odiarlas por imperativo de la edad no me había dado cuenta de que en realidad las navidades me gustaban. Tuvieron que ser los Reyes con su cabalgata quienes me lo enseñaran hace ya muchos años.

Todas estas cosas me enseñaron. El valor de la sorpresa, de la familia, de la amistad, de la generosidad. Que es más enriquecedor dar regalos que recibirlos. Que durante las navidades la vida se parece más a una comedia de los años cincuenta.

Pero para paradojas ésta: acabar reconociendo, justamente yo, lo mucho que me enseñaron los Reyes. De todas formas tampoco es cuestión de venderse por una ilusión tan pasajera. Como dice mi nuevo amigo Rafa: Salud, República y Reyes Magos.

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dissabte, 2 de gener del 2010

L'ALTRA BARCELONA

Existe una Barcelona alejada de la postal y de la guía turística. Se trata de una Barcelona acaso ingrata, que se cuelga sobre sus montañas, que se arracima en casuchas humildes y calles serpenteantes. Mi ciudad tiene colinas. No sé si siete como Roma y Lisboa, jamás las conté pero yo diría que más. También ocurre que alguna colina es directamente montaña, como la montaña pelada, reconvertida en Parc del Guinardó, a los pies de la cual vivo. Pero existen otras. Como la montaña que cierra a cal y canto cualquier posibilidad de expansión: Collserola y el Tibidabo. Allí, en esa zona, las calles son más pendientes que en ningún otro sitio.
Cierto que esa Barcelona alejada de la postal no es frecuentada por turistas. Ni Vallcarca, ni Guinardó, ni Horta, ni Penitents, ni el Carmel, ni Roquetes ni Cañellas. Normal. Uno no coge un avión para pasearse por los bloques de Ciutat Badía. Al menos yo no acostumbro.

Pero a mí me gusta también esta otra Barcelona alejada del diseño, del turismo, del lujo o de la fashion week. No estoy diciendo que la Barcelona de postal no me guste. Estoy diciendo que también me gusta la otra.Pero conviene no perder de vista que una ciudad es algo más que un decorado para turistas, que en una ciudad vive también gente. Y que esa gente son más que los meros figurantes de un decorado. Paco Candel se acercó a esa ciudad en Donde la ciudad cambia su nombre, novela de afortunado título y afortunado discurrir.
Procuraré no ser demagógico ni quejarme por sistema. Muchas cosas se han hecho en nuestras ciudades, aunque también es cierto que muchas cosas quedan por hacer. Las fotos que ilustran esta entrada hablan justamente de algo que se ha hecho. No sé si con la mejor de las fortunas, pero al menos evita que abuelos de esas zonas montañosas de mi ciudad tengan que subir y bajar cien escalones para llegar a su casa. Esta plataforma con ascensor está en la calle Alcántara, en el barrio de Roquetes.

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