(Este es un texto originariamente publicado en el blog Grito de Lobos el 9 de marzo.)
En gran medida somos hijos del Romanticismo. Nos dejamos llevar por la pasión, por la emoción, por el rapto del momento. Es así en todas las cosas de la vida. Las lágrimas gratuitas no nos ofenden, la exhibición emotiva no nos parece mal, y como ello vende, en algunos entornos acaban aprovechándose para caer en una verdadera pornografía emocional. En la reflexión social y política en muchas ocasiones ocurre también así. La pasión, buena y necesaria para el desarrollo de la vida, acaba ocupándolo todo. Y el ingrediente romántico, que aporta algo de sal, acaba transformado en protagonista y al final el plato no se puede consumir. El ser humano tiende a los excesos si no se contiene, y más en algo tan polarizable como la opinión política o social.
El exceso de romanticismo que nos apresa como si de una enorme y empalagosa mancha de almíbar se tratara afecta en muchas ocasiones a todo. O almíbar o sangre, que de todo entiende el romanticismo y a todo recurre para conseguir sus pretensiones. El romanticismo es escenificación, exageración, nocturnidad con alevosía, emoción susceptible, desgarro teatralizado, efectos luminosos impactantes, mixtura de voces y de discursos, quiebro y ruptura, grito y voces exageradas, variedad de formas, yo impetuoso, sentimentalismo tierno y sentimentalismo sangriento. El equivalente a todo ello se cuela en nuestro día a día. El debate cada vez es menos serio y depurado, menos contenido. Nuestra televisión se radicaliza en pos del espectáculo. Los noticiarios de Telecinco parecen una crónica ya amable ya escabrosa. La inteligencia recurre a argumentos claramente demagógicos. Y todo ello ocurre porque seguramente nos quedamos con aquellos ingredientes más previsibles y más teatrales del romanticismo. Con aquello que resulta más cómodo y que ya hemos asimilado como de buena educación o de educación pasable.
De esta forma todo aquello más interesante del romanticismo parece olvidado, o desgajado. La intuición por ejemplo, que sin pretender convertirse en ciencia, tan importante resulta. O la noche como propiciadora de embelecos. O los fantasmas de la imaginación, que nutren nuestras fantasías y nuestras literaturas. O el miedo gótico que no pretende usarse de forma mercantilista sino que es mero pasatiempo investigador de potencialidades humanas. O los puentes que tiende la intuición, que edifica la noche, que transita la pasión. Los montes de las ánimas que todos llevamos dentro. Pero ahora ya no. También lo mejor del romanticismo se ha prostituido. Nos quedamos con lo peor y lo mejor lo ensuciamos. Ahora la intuición sirve para sacar dineros a los crédulos, la noche para tomar coca, nuestras fantasías adolecen a veces de poca vitalidad, la soledad es un gran fracaso y el miedo sirve para que las farmacéuticas vendan el tamiflú.
Nuestros gritos (y cuando digo gritos digo lo que en los Lobos significa grito: queja, opinión, reflexión) se tiñen también de todos esos aspectos del romanticismo mercenario. Creo que resultaría fundamental que aprendiéramos todos a calmarnos, a sopesar, a ser juiciosos nuevamente. Propongo por eso quedarnos sólo con aquello enriquecedor del romanticismo, con lo que de digno tiene la empresa romántica, y emprender una vuelta a la Ilustración. Naturalmente no lo digo por los amigos de los Lobos; lo digo en un sentido general, social. Que la sociedad vuelva a ser un día un espacio ilustrado. Que apueste por el regreso a otras verdades menos impactantes pero más eficaces. Por el juicio, el rigor, la ciencia, el empirismo, la objetividad, la crítica, el orden, el progreso, el respeto, la pedagogía bien entendida.
Pero naturalmente si los valores positivos románticos podían ser prostituidos, y de hecho lo habían sido, ¿no van a serlo también los valores ilustrados, ya de por sí peligrosos según quién los afronte? Porque esa seriedad ilustrada tiene el peligro del fascismo, del ordeno y mando, del paternalismo, de la simplificación didáctica excesiva, del despotismo ilustrado. Esos son los peligros de los cuales debemos protegernos si optamos por volver a la Ilustración. Siempre protegiéndonos de algo, quizá de nosotros mismos. Pero cuando el hombre opta por volver atrás en realidad nunca vuelve. Va al pasado y toma de ese tiempo aquello que puede servirle para seguir avanzando. Y seguramente es cierto que ahora debemos buscar entre los Ilustrados porque los viejos valores ya no nos sirven. Se habla de esto en algunos medios. Y creo que más se seguirá hablando.
Ecos lejanos, 24
-
Sigue siendo tu mano tan leve como entonces, susurra la mujer. Es ese don
de aquello que roza lo imperceptible lo que siempre me gustó de tus
caricia...
Fa 1 dia
1 comentari:
Eres un romántico, Ramón, en el mejor sentido de la palabra.
Un romántico como Rosalía de Castro, a la que tanto quiero. Y un artista, Monchiño: tienes un lateral derecho mejor que...(añádase el nombre del mejor lateral derecho de la liga española).
Y este post ya te lo comenté en su momento.
Publica un comentari a l'entrada