dissabte, 13 de febrer del 2010

PINTORS (IV): VERMEER Y LA VENTANA

En mi visita a NY del verano 2008 cumplí con los requisitos museísticos. Cumplí porque me gustan los museos, no porque los considere un peaje. Así enlacé como cuentas de un rosario el MOMA, el Met, el Guggenheim y la Frick Collection. Por este orden, por cierto.

No quiero hablar ahora de los dos primeros museos, excelentes ambos. Sí quiero decir que jamás vi tomadura de pelo más descomunal que el Guggenheim (salvo unos Kandinskys, poco más) ni sorpresa más inesperada que la Frick. La Frick es una de esas colecciones privadas de una familia que ha ganado dinero a espuertas. Recuerdo, igual empiezo a repetirme, que hablé un poco sobre la colección entonces, en verano de 2008, en otra entrada.

La Frick es una maravilla. Instalada en una villa de la quinta avenida con la calle setenta te permite ver de paso cómo y dónde vivían esas familias del carbón, del acero y de los pocos miramientos morales (digo yo). Contiene una colección cuidada y extraordinaria que puede incluso visitarse on line. De entre todos los cuadros maravillosos me quedo (difícil, imposible elección casi) con Mistress and Maid de Vermeer.
Se trata de una historia pintada. Una anécdota, un momento inmortalizado. La señora recibiendo una carta de manos de una crida. La mirada de ésta y la sorpresa de la señora permiten aventurar mil posibilidades narrativas. Me pareció fascinante. Y me reconcilié con Vermeer. Mejor: me enamoré de Vermeer.

A veces las cosas no nos aprovechan porque no estamos preparados, o porque sencillamente no sabemos entenderlas (es decir, no es el momento). Estuve en Amsterdam y pude contemplar Vermeer a fondo. Me dejó indiferente. O al menos emotivamente indiferente. Supe apreciar que se trataba de un gran pintor, pero esas escenas de la chica de la perla o de la lechera no llegaron a calarme. Tuve que pasearme por la Frick para descubrir el valor de esa pintura pequeña, íntima, del oficio, de la anécdota. Y que esa pintura pequeña me emocionara absolutamente. Como en esa tesis sobre el gran Ignacio Aldecoa que nunca terminé, narrador en que los oficios, los detalles, se convierten en verdadero eje vertebrador de la narración.

Desde mi encuentro con Vermeer en un caserón de la setenta, al lado mismo de Central Park, he seguido cuidadosamente, aprendiéndolo. Descubrí, por ejemplo, que la dama que recibe la carta en la pintura de arriba aparece en otro cuadro, seguramente un ensayo, con la misma bata, mirando directamente al observador, con una sonrisa hasta cierto punto pícara alejada totalmente del señorío que desprende la otra pintura.
Otro cuadro me sorprendió. En él vemos a una mujer redactando una carta. La criada a sus espaldas espera para ir a entregarla. Y presentí que se trataba efectivamente de una escena retratada a través de varias viñetas. La escena de la carta, como en la ópera Eugene Oneguin. Primero la dama escribiendo y la criada esperando. Después la criada entregando la respuesta. Lo mismo que en los cuadros extraordinarios de Artemisia cuando le cortó el cuello a Holofernes era posible vislumbrar una ligazón entre las diferentes secuencias.
En este último cuadro me llamaba poderosamente la atención la figura de la criada mirando distraídamente por la ventana de la izquierda mientras su señora redactaba inspirada. Pensé en ver qué me decía la lechera, universalmente conocida, ahora que comenzaba a pillarle el punto a Vermeer.
Ciertamente qué maravilloso cuadro. Qué maravilloso gesto el de esta mujer, con su gesto también misterioso (o cotidiano, uno nunca sabe) mientras vierte la leche en un cuenco. Qué detalles, también. La cajita en el suelo, el cesto colgado, las ropas, el pan, las formas redondeadas de la mujer. O la luz tamizada que entra por la ventana de la izquierda.

La ventana de la izquierda... Justamente. Lo mismo que en el cuadro donde la criada miraba distraídamente por ella mientras su señora escribía. Recordé otros cuadros de Vermeer. Los busqué en internet. La ventana de la izquierda. Y efectivamente, Vermeer, pegado amorosamente a la realidad, como el escritor que cuida el adjetivo hasta el detalle, nos presentaba una y otra vez en sus cuadros un mismo escenario. Incluso el punto de vista era siempre el mismo. La ventana quedaba a la izquierda, como un símbolo cabalístico, como el compás de los masones, o qué se yo. En ocasiones la ventana no se veía, tan solo se imaginaba por algún rayo de luz que se colaba en la escena. Como en estos dos extraordinarios cuadros: la mujer que pesa y la mujer que posa (¿será el pintor el propio Vermeer incorporándose en su propio cuadro como hiciera Velázquez y más tarde Dalí?)

En otras ocasiones sí, la ventana podía verse, e incluso detectarse la forma de los cristales que la formaban, cristales caprichosamente situados conformando un mosaico. Se trataba, efectivamente, de la misma ventana por la que la criada dejaba vagar la mirada mientras la señora escribía en el cuadro de arriba.


Otras veces la ventana ofrecía unos cristales cuadrados con formas triangulares en la parte superior. Se trataba, ahora, de la misma ventana que aparecía en la lechera iluminando escenas de carácter completamente diferente.


En Vermeer podemos seguirles la pista a algunos personajes. También a algunas ventanas, o algunas baldosas del pavimento. A las sillas. A las ropas. O a los instrumentos musicales. Entre los cuadros que incorporan, siempre por la izquierda, esta última ventana (con cambios, pero ¿quién de nosotros no cambia ocasionalmente los detalles de su casa?) están los del astrólogo. El mismo personaje en dos momentos de su vida, ocupado en los mismos profesionales menesteres. La luz le da de lleno, como a muchos de estos personajes iluminados frontalmente. Pero él, a diferencia de la criada que contemplaba el mundo a través de sus cristales, permanece ajeno al mundo de afuera. Prefiere concentrarse en la esencia del mundo, haciéndolo pequeño para desentrañar su grandeza, analizándolo para admirarse luego.

De aquel viaje a NY conservo grandes e intensas sensaciones, no sólo Vermeer. La ciudad misma me enamoró. Me facilitó seguramente nuevas miradas. Aunque también es cierto que fue allí, en la ciudad de los rascacielos, donde aprendí a amar, por otros motivos, a otro pintor de la vieja Europa, Van Dyck. Lo conocía evidentemente, aunque no me fascinaba. En NY sí, ahí me llegó como me llegó Vermeer. Creo que fue en el Met. Se trata de otro más de los enamoramientos de aquel verano. No deja de ser curioso que fuese justo en el nuevo mundo donde me traspasasen muy hondo dos pintores del viejo mundo. Probablemente, a veces un cambio de perspectiva puede colocarlo todo en su sitio y descubrir de este modo la grandeza que habitaba en algo que te resultaba indiferente. Yo siento que estos cambios de perspectivas son fases de crecimiento. Pero no crecimiento en bloqueos que todos podemos tener sino crecimiento bien aprovechado: del que nos reconcilia con el mundo. El crecimiento de las emociones y de las percepciones que junto con el mundo de los afectos son dos de las cosas que más valen la pena de esta vida.

29 comentaris:

Darío ha dit...

La verdad es que siento una profunda admiración, por la gente como usted, que puede, sin palabras complicadas o elementos extraños al "novato", explicarnos la pintura. Soy bastante "duro" en esto, aunque me gustan los cuadros, sólo me une, en general, algo emotivo. No puedo hablar de ellos, o me cuesta.
Gracias por la Introducción a Vermeer, a quien no conocía, pero del cual, ahora, tengo una idea más clara. Un abrazo.

El alegre "opinador" ha dit...

Fantástica y trabajadísima entrada de un pintor que me encanta. Un millón de gracias, porque he disfrutado un montón leyéndola. A mí, Vermeer sí me cautivó con la Joven de la perla (mucho antes de la película que, por cierto, no he visto). Nunca me había parado a mirar lo de la ventana izquierda...
De verdad que, maravillosa entrada.
Yo tengo también un blog sin seudónimo dedicado a tratar así obras de arquitectura. Si te quieres pasar serás muy bienvenido. Se llama "Sueños de un ladrillo".
Un abrazo, amigo.

Jordi Guerola ha dit...

Acabo de decubrir tu blog, fantástico y completo este post. Enhorabuena. Te leo.

Madison ha dit...

Que sepas que me has dado mucha envidia, es uno de mis pintores favoritos, tengo un libro donde están esos cuadros y algo de su historia...pero verlos al naural debe ser impresionante.

mariajesusparadela ha dit...

Empecé a conocerlo hace años, cuando salió el libro, que alguien me regaló y me gustó bastante. Busqué referencias y obras, para hacerme una idea y, en líneas generales, me gustó.
Pero, amiguiño, lo que tu has hecho no tiene palabras.
Todo tu, me deja sin palabras.
También será porque te quiero.

Isabel Martínez Barquero ha dit...

Me diste en el centro mismo del corazón. Vermeer me fascina desde que lo descubrí. Gozo con su luz, con sus amarillos y ocres, con sus historias o escenas cotidianas, con su minuciosidad.

Si no la has visto, te recomiendo la película "La joven de la perla" (basada en el cuadro). Tiene esa luz asentada, esa cristalera a la izquierda, esa quietud íntima de Vermeer. La disfrutarás, seguro. Como ver un cuadro en movimiento.

Supongo que no hace falta decirte que me encantó la entrada, cómo la has desarrollado, con los ojos del tiempo y con los antojos del corazón. Porque el arte nos llega o no nos llega porque sí. Obras que nos conmovían dejan de sacudirnos y otras que no nos tocaban ninguna fibra sensible pasan a traspasarnos. Somos seres en continuo cambio, temporales, y con el cambio varían nuestros gustos.

Petons, querido amigo.

Mercedes Pinto ha dit...

Venir a tu casa hoy ha sido como visitar una galería de arte con un guía bien cultivado y sensible. Me gusta Vermeer, siempre me gustaron las obras que recrean escenas cotidianas, pero sobre todo las que cuentan cosas con los mil detalles que entrañan. Vermeer, además, maneja la luz de interior, apoyándose en un ventana, de una forma excelente.
Un placer esta visita cultural.
Gracias.

NINA ha dit...

Estimado Ramón,
Me fascinó la descripción que hiciste de todos los cuadros.
Mirados desde el alma y con sentimento. Algún día no voy a tener más remedio que "pincharle el globito" con respecto a Vermeer (en cuanto a por qué "parecen" tan perfectos).
Sigo maravillándome de la misma manera, pues es necesario ser un excelente pintor para poder plasmar lo escencial: los gestos, las acciones, la creatividad al sevicio de lo que se quiere decir, sin importar la técnica.
Es tal cual! las miradas, las luces, la composición...
Verdaderas maravillas.

Me complace verdaderamente ver tu modo de apreciar el arte.

Muchos besos

Mercedes Thepinkant ha dit...

Yo también he disfrutado con esta entrada. No soy muy aficionada a la pintura, ni siquiera conocía este pintor pero el modo de transmitir los detalles y contarlo todo me ha hecho sentir como si estuviese allí de nuevo, sentada en las escaleras del MET, en una cálida tarde de septiembre, abrumada por las sensaciones vividas, la sincronicidad y serendipity.
Un beso

Eastriver ha dit...

Darío, primero ni se te ocurra llamarme de usted, que tengo 40! (y dos, pero pasemos de los dos). Ni aunque tuviera más. Después, cómo me he reído con tus monólogos, la verdad. Con la historia que habéis montado en sí misma. Y luego, con tu sensibilidad seguro que sacas de los cuadros chispas maravillosas. Es sólo cuestión de sensibilidad inteligente, y de eso vas sobrado. Un abrazo.

Opinador, buscaré tu otro blog que desconocía, ya te diré algo. Sí, ahora me gusta la joven de la perla, pero antes, cuando sólo conocía ese cuadro lo rechacé por popular, fácil y muy visto. Pero claro, un día lo miras con otros ojos y lo descubres alucinante. Un abrazo.

Estonetes, qui ets??? No te conozco, tendré que buscarte y descubrirte cualquier estoneta que tenga. Con este divertido y acertado nombre la cosa promete. Abrazos.

Madi, verlos al natural te sorprende, te noquea, te transmite enormemente, porque ves detalles que igual no observas en una lámina. Pero si de verdad te gusta el cuadro en una reproducción puedes disfrutarlo exactamente igual. Abrazos.

Eastriver ha dit...

María Jesús, tenía que gustarte Vermeer. Tú eres también mujer de bajar al detalle, de descender a él, porque tu sensibilidad te lleva a eso. A mirar con ojos pacientes la tierra y verla brotar levemente, tranquilamente, afortunadamente. Por eso te gusta Vermeer, porque no es el pintor de las grandes batallas, ni de los grandes hombres, ni de los grandes momentos. Es el pintor de mirar a un personaje, divertirse con él, imaginar sus intenciones, y servírnoslo luego con enorme sensibilidad. Jo també t'estimo moltíssim.

Isabel, tu entrada me llega justo después de la de Paradela, transmitiendo en ella, curiosamente, algo muy muy parecido. ¿Y me voy a extrañar? Naturalmente no, por motivos parecidos. Tu prosa es vermiana (¿existirá ese adjetivo? ¿me lo acabo de inventar?) en el sentido de que es una prosa atenta, una prosa perfectamente adjetivada, amorosamente adjetivada. Tu sensibilidad te lleva a Vermeer, y a ambos nos lleva a Paradela. Me encanta el final de tu comentario, tan certero, sobre la temporalidad de nuestra esencia. Ese continuo cambio es edificante, jamás lo dudé. Un gran abrazo, amiga.

Eastriver ha dit...

Mercedes, no sé si cultivado el guía, como mínimo atento, eso sí... es fundamental ser y estar atento a lo que nos enriquece. No hay mayor falta de educación que no serlo, ni mayor desagradecimiento. Nos gusta Vermeer por eso, por lo que llevamos dicho, porque es el pintor de lo grande pequeño, o de lo pequeño grandioso. Un gran gran abrazo.

Nina, pintar con el corazón significa efectivamente todo lo que tú apuntas. Lo pequeño grandioso que decía antes. Me gusta lo de mirar los cuadros desde el alma. Vivir desde el alma: ese es nuestro propósito. Por eso nos reunimos en los blogs amigos, porque en todos cazamos algo. Un beso.

Mercedes pinkant, tampoco sé qué quiere decir ser muy o poco aficionado a la pintura. Sé que hay pintura que no me gusta nada, otra que me pone de los nervios, y otra que me emociona absolutamente. Luego, cuando algo te emociona, te informas un poco. Pero eso es todo: la génesis es la emoción inicial, la revelación. Si te enamoró NY, si te sentaste en las escaleras del MET y dejaste pasar los ojos por el cielo de Manhattan, seguro que te aprovechó lo que viste en el museo, y a los cuadros les aprovechó tu mirada. Un abrazo. Y lo de serendipity, creo que lo aprendí en tu blog. Me encanta, y mira que no vi la peli... yo creo que no sabía qué significaba porque precisamente no vi la peli. Pero ahí estabas tú con tus señales... Otro abrazo.

Carlos ha dit...

Ha sido una gozada ir a tu lado en la visita por el Vermeer virtual. Me has abierto los ojos con tus acertadísimos apuntes. Gracias por el paseo.

m.eugènia creus-piqué ha dit...

Mi querido Ramón, yo voy a ser la nota discordante, a ´ti te costó que te gustara Vermeer y tuviste que descubrirlo atravesando el charco, yo ni eso, no me gusta nada, pero en cuestión de gustos no hay nada escrito, soy muy especial con la pintura, a veces te pondrías las manos a la cabeza cuando en obras super conocidas y apreciadas a mí no me dicen nada.Que le vamos a hacer Ramón!Un petonet.

Ciberculturalia ha dit...

Maravillosa entrada que la he disfrutado doblemente porque soy una apasionada de Vermeer. Sus cuadros me sugieren un montón de relatos. Es genial para mí.
No conozco la Frick Collection pero espero hacerlo en cuanto vuelva a Nueva York que después de leerte me apetece hacerlo pronto la verdad.
Un beso y gracias por la entrada

Eastriver ha dit...

Carlos, celebro que te guste Vermeer.

Geni, me gusta la honestidad por encima de todo. Vermeer es un buen pintor, pero a unos les transmitirá más que a otros, y no pasa absolutamente nada. Es importante tener criterio. Un besazo, maquíssima.

Carmen, yo en NY visité la Frick porque me la recomendaron. No sabía ni que existía porque al lado del Met o el Moma todo queda empequeñecido. Y la verdad es que fue una excelente recomendación. Por eso te la hago extensible para cuando vuelvas a NY, sin dudarlo. Un gran abrazo.

Jordi Guerola ha dit...

Sí, sóc valencià, gràcies per visitar el meu blog.

mariam ha dit...

¡ Hola!Venia a saludarte, Que buena y agradable sorpresa al entrar en tu blog, me encanta Veneer, vaya trabajo bien currao, es como estar en un museo y tu de guia...
UN ABRAZO

Maripaz ha dit...

Ramon, magistral lección de pintura.Me ha gustado la manera sencilla de explicarlo, pues has sabido captar mi atención, ya que no soy experta en la materia. Me voy a leer todo lo que pueda de este autor, para ampliar los conocimientos recibidos.

¡GRACIAS!

Caruano ha dit...

Ramón, excelente paseo. Qué buenos ojos. Nueva York, seguramente, no sólo te facilitó nuevas miradas sino que fue carta de invitación para volver a observar e intentar apreciar lo cercano, lo cotidiano, lo habitual, lo que generalmente miramos de soslayo...
Y qué bien huelen los museos. Un abrazo.

Jose Lorente ha dit...

Hermosísima entrada.

Me encanta Vermeer y sus ventanas, y a partir de hoy, también la ventana por la que tú nos has hecho mirar.

A mí me sucedió algo parecido en el Kunsthistorisches Museum de Viena con "El Arte de la Pintura" (la mujer que posa). Cuadro comparable a Las Meninas en muchos aspectos, como el que apuntas en relación con que el pintor se haga aparecer en la obra, en este caso con finos ropajes para dar dignidad a su profesión.

Me ha gustado mucho también la cita de Oneguin, una de mis óperas favoritas.

Lo dicho: una entrada brillantísima y digna de admiración.

Un abrazo.

Eastriver ha dit...

Mariam, gracias por la visita y el saludo... Tú también eres guía de muchas cosas en tu blog. Un saludo.

Maripaz, qué bueno verte siempre. Un abrazo.

Caruano, sí que huelen bien los museos, sí. En mi vida cotidiana no los extraño. Pero en cuando hace meses que no he estado y entro en uno siempre pienso: ¿cómo he podido estar tanto tiempo? Me gusta la paz de los museos, la verdad. Porque siempre aprendo y porque el silencio no me agobia, al contrario, se me hace muy necesario. Un abrazo.

Jose, no sabía que el arte de la pintura, la mujer que posa, está en Viena. Qué ganas de visitar esta ciudad, muchísimas. No la conocemos todavía. Apunto la referencia del museo. Siempre los visitamos porque para nosotros son tan importantes... Un abrazo.

Anònim ha dit...

Es cierto y es noble reconocerlo. ¿Cuántas veces hemos despreciado una obra porque no estábamos listos?
hace poco intenté escribir algo al respecto y se me ocurrió que el arte espera.
Tengo una lista enorme de cosas que debo volver a ver porque no supe, porque no pude o porque no quise entender.
Me pasó con El Silencio, de Bergman, que ví tan jovencita. Ahora se resignifica.
Como Vermeer, como el arte, que no tiene edad ni oportunidad: nos aguarda.

Muy lindo post.

Laura ha dit...

Puro estilismo de la época.

Me imagino el estudio del pintor y personas entrando y saliendo ¿has visto la película La Joven de la Perla?, es pura sensibilidad ,no te la pierdas , si la ves desde el valor de las mezclas de colores y la capacidad creativa innata de Griet-Scarlett Johansson-¡ te maravillara!, y luego están las miradas de ambos en planos cortos, su complicidad.

Como dices bien, muchas veces tenemos que tomar distancia para ver con claridad, y no solo lo digo por tu descubrimiento en NY, metafóricamente también lo necesitamos para ver mas clara nuestra vida cuando la tenemos enmarañada, a mi me funciona.

Muchos besos guapo

Thornton ha dit...

Llego tarde, como siempre. Cuando el arte se cuenta con sencillez, sin palabras prestadas, el entusiasmo se contagia. Ya me voy haciendo una idea de qué clase de profesor eres, el que quiero para mis nietos. Un abrazo, éste muy fuerte.

Eastriver ha dit...

Emey, con tu sensibilidad veo que te ha ocurrido lo mismo que a mí. Me quedo, con tu permiso, con esa frase tuya: el arte espera. Afortundamente, añado. Un abrazo enorme.

Laura, es cierto que con la distancia todo se ve mejor, a mí también me funciona y se me hace muy necesario: poner distancia, mirar desde la distancia, no solamente en el arte, en cualquier aspecto. Vemos el bosque cuando nos alejamos o cuando nos elevamos. Respecto a la película no eres la primera amiga que la cita. Lo hizo, por ejemplo, el alegre opinador´. Y la puse a bajar inmediatamente. O sea que me tomo siempre los consejos de los amigos muy en serio. Un abrazo.

Thornton muy amable, desde luego. Se hace lo que se puede. Lo que mejor suele funcionar es la buena intención. Un abrazo y nos leemos.

María ha dit...

Hoy, en este sábado relajante, he preferido quedarme en este post que, por cierto, no había visto antes, y que me ha gustado mucho poder disfrutar de las pinturas de Vermeer, y tengo que decirte que no conocía a este pintor, gracias por dejar que aprendamos de ti, con esta gran entrada que has dedicado al arte.

Un beso.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI ha dit...

Ramon, se me había pasado esta entrada y todavía me lo estoy reprochando. Cómo la he disfrutado. Muchas gracias.

Y estoy contigo: el contenido de la última frase que escribes es lo que nos da sentido a la vida.
¡Viva el arte!
¡Salud!

Teté ha dit...

Me gustó mucho esta entrada. Has sabido mirar desde otra perspectiva y ha sido fantástico leer tu trabajo. He de decirte que yo también busco incesantemente el significado de esa ventana a la izquierda y me obceco en creer que es algo misterioso, que tiene un significado difícil de desentrañar porque forma parte del mundo interior del artista, que solo él podría decirnos que pretende con esa ventana. Sin embargo, algunas veces pienso ¿y si solo era una mera tendencia o costumbre? si nos fijamos en los cuadros de Pieter de Hooch o de Gabriel Metsuvemos también vemos esas ventanas a la izquierda. Entonces, uno se pregunta ¿qué hay de diferente? y he querido ver un intruso en todos esos cuadros de Vermeer: la luz.
No hay brusquedad en la luz, solo suavidad, degradados perfectos, y junto con el espectador, son los únicos entrometidos, que se convierten en protagonistas de una escena maravillosa, un momento íntimo, un momento que necesita de luz como la vida, como su vida.